El búho.


El PROBLEMA DE LA FUNDAMENTACIÓN DE LA ÉTICA. UNA PROPUESTA (1)

 

JOSÉ RAMOS SALGUERO (2) *
Granada (España)
(josersalguero@teleline.es)
 



 

JUSTIFICACIÓN

El motivo y la justificación de esta comunicación es el intento de poner a prueba una respuesta a una cuestión, una perplejidad, una duda, un dilema que percibo planteado acuciantemente en todos sus frentes. Se trata no sólo de una cuestión disputada en la filosofía contemporánea, sino en el mismo cuerpo de docentes y, sobre todo, en los alumnos como reflejo de un estado de la cuestión no sólo académico sino social.

Sabemos que ha ocurrido y puede ocurrir que la Filosofía se ocupe de cuestiones extemporáneas, bien por ser en el mejor de los casos- perennes, transhistóricas, o bien por ser ora anacrónicas, ora ucrónicas (como las bien conocidas preguntas sobre el sexo de los ángeles o la calva del actual rey de Francia). Ortega ha precisado bien el criterio para discriminar las auténticas cuestiones al caracterizar el auténtico saber. Vale la pena recordar estas palabras de su Qué es Filosofía: "Sólo puede saber el que lo necesita, y lo necesita quien con ese saber cubre un hueco, manquedad o defecto que padecía." Como también dice en ese lugar, "saber es saber a qué atenerse", resolver un problema de orientación vital. Y no creo que queda duda sobre el estado de desorientación de nuestra cultura sobre el problema a que quiero referirme, y que coincide, nada más ni nada menos, precisamente, con el del objeto y método de esta capital disciplina filosófica que es la ética.

Por tanto, no pretendo que el problema que abordo nos resulte original a ninguno de nosotros, que sea nuevo, insólito o inédito. Con ser, por cierto, un problema de nuestro presente cultural, lo es también clásico, transhistórico, pues es el que ocupó la polémica de Sócrates con la sofística, tanto como de Kant con Hume y de Habermas con Rorty. Tampoco pretende que sean originales tampoco los materiales o ideas de que se va a valer mi esquemática propuesta ni tampoco, quizá, la inspiración general de la breve trama que se constituirá con ellos (me parece que tampoco caben ni hacen falta muchas más alternativas que las que podemos rastrear en nuestra tradición occidental), con ser esto, no obstante, lo más propio.

Pero no me parecen justificable teóricamente ni sostenible prácticamente ni el silencio absentista ni el mero sincretismo. Creo, por el contrario, como en todo tiempo necesaria la construcción de una síntesis y una apropiación orientadora. Si se quiere, ecléctica en el sentido etimológico de este término: la elección de lo (que nos parece) mejor, lo cual supone un criterio racional. En suma, de lo que se trata, y a ello me dirijo, es de construir un tejido teórico, una trama argumental con figura, sentido y acabado reconocible y decidible. Pretendo que sea discutible en el mejor sentido de la palabra: digna de ser discutida y que, por tanto, efectivamente lo sea.

PROPUESTA EN FORMA DE TESIS

Por mi propia experiencia y la de mis/nuestros colegas, y creo que ello se debe a la naturaleza misma del asunto, encuentro que las cuestiones principales a resolver cuando uno quiere concebir la disciplina de la ética son las siguientes. Iré formulándolas y proponiendo mi respuesta (no digo solución), de un modo analítico y sucesivo que pueda facilitar una discusión concreta y eficaz. Anticipo que las cuestiones de más envergadura (menos simples y inmediatamente evidentes) y donde pretendo que mi propuesta tenga más relevancia son las últimas. Pero no renuncio a las primeras porque se trata de orientarse y concebir nuestra asignatura de ética al menos en sus fundamentos.

1. ¿Somos, en tanto que profesores de ética, responsables de la formación moral de nuestros alumnos o sólo debemos ser informadores de una determinada polémica cultural y sus varias alternativas? Me parece que ciertamente somos formadores no sólo de hecho, sino por derecho y necesidad educativa. Sólo que esta la compartimos en general con todas las demás disciplinas del curriculum que, como sabemos que está expresamente formulado en la nueva ley educativa, contribuyen entre todas a realizar unos objetivos o finalidades educativas. La función formativa o moralizadora es previa y diferente (no separada) y por tanto no privativa de la tarea de la ética en tanto que filosofía de la moral, reflexión sobre el hecho moral. Otra cosa es que nuestro modo de incidir en la formación moral sea más directo en la medida en que nos ocupamos precisamente del tema de la moral, de la formación humana en general. No somos (sólo ni ante todo) moralistas, sino profesores de filosofía moral.

2. ¿Podemos entonces o/y debemos prescindir de tomar partido, sentar tesis o sugerir propuestas morales? En primer lugar: no podemos. Sencillamente porque no tomar partido ninguno es imposible, equivaldría a o exigiría no existir. Existir es estar situados, de modo que "no tomar partido" implica no responsabilizarse o no dar razón ni palabra del partido en que uno está y del campo en que uno está de hecho jugando. Por obvio que resulte una vez mencionado, no deja de ser imprescindible caer en la cuenta de ello. Ocurre lo mismo aquí no sólo que en política (donde no tomar partido o no querer influir es influir) sino en Física, es decir, en la Naturaleza: se está en alguna parte y de algún modo influyendo por tanto y formando parte de ella. Pero esto significa -no por obvio es tan trivial como pudiera parecer; como dice también Ortega en una de sus Lecciones de Metafísica,"las verdades fundamentales tienen que estar a la mano: sólo así pueden ser fundamentales"- que no cabe sensatamente sostener la posibilidad siquiera de la discutida "neutralidad axiológica", la cual, entonces, sólo puede defenderse desde una gruesa inadvertencia , falta de re-flexión: por ingenuidad o falta de crítica, o incluso por/de mala fe o malicia (por intereses de dominación encubiertos, como bien se han encargardo de advertirnos tanto el marxismo, ortodoxo o revisado, como el Psicoanálisis). Que esta inadvertencia o malicia puedan darse u ocurrir nos da suficientemente testimonio la experiencia: de ahí precisamente la necesidad de la reflexión filosófica.

En segundo lugar, y como se sigue de lo anterior, no sólo podemos sino que debemos, pero no ya sugerir o inducir una posición moral, puesto que esto va de suyo queramos o no, sino que lo que debemos es dar razón, aunque podamos no hacerlo, si pretendemos sentido, validez o justificación a lo que hacemos. Mas esta observación plantea el siguiente problema, ya más central y crucial, además de controvertido, en la materia que nos ocupa: el problema de la fundamentación o justificación de la moral, más allá del mero informe doxográfico, historicista de las distintas posiciones habidas.

3. Si la aparente neutralidad teórica o, en nuestro caso, axiológica no es posible ni justificable, tendríamos que razonar una/nuestra tesis, posición o propuesta moral en diálogo crítico con sus alternativas. Mas de nuevo esta cuestión se nos desdoble en dos. Una de ellas, que dejaremos para después, es la de la antropología filosófica que defendemos como fundamento de la necesaria e imprescindible ética material. La otra, con que comenzaremos, es la formal de la posibilidad, en general, de una fundamentación, es decir, una defensa racional o razonable, de cualquiera sea la moral que eligiéramos.

Esta cuestión es una ya nuclearmente filosófica. El problema de la fundamentación de la moral en general es uno centralmente debatido hoy, de nuevo, por la filosofía. En él nos encontramos, como siempre, con dos posiciones enfrentadas: la de los que consideran que no es posible una fundamentación de la moral (las distintas raleas de "antihumanistas" posmodernistas lo de que sean efectivamente posmodernos es la cuestión disputada-: Lyotard, Foucault, Rorty, Derrida,...) y la de quienes consideran que sí. Estos últimos son los de algún modo neokantianos, los filósofos de o emparentados con la última generación de la Escuela de Frankfurt (Habermas, Apel, A. Wellmer,...), como no cabía esperar de otro modo, ya que, como sabemos, fue Kant el filósofo que intentó fundamentar la moral de modo racional y autónomo, inmanente, sin apelación pseudofundamentadora a la instancia trascendente, metafísico-teológica, de Dios, de la religión.

Pero la cuestión de fondo discutida es la del valor mismo de la razón como instancia decisiva y dirimente en la dirección o regimentación de la vida humana, de nuestro destino. Fundamentar es dar razón, de modo que las tesis que sostengamos constituyan auténtico saber (episteme) que pretende validez y no mera habladuría que, al querer valer como cualquier otra, no tiene valor (doxa). Se trata del problema, pues, epistemo-lógico, imponiéndosenos de nuevo como problema filosófico previo, básico, fundamental y fundamentante. Y si bien la filosofía no es sólo epistemología, teoría del conocimiento o filosofía de la ciencia (de la episteme, el saber genuino o válido), sí lo es y fundamentalmente en el orden del método. Por tanto, no podemos hacer ética sin hacer epistemología,(es decir, filosofía). Por lo que el problema epistemológico forma parte, y fundamental, de los problemas de la ética: esto es, por cierto, lo que justifica el carácter propiamente filosófico de nuestra disciplina. Separarlos y privarlos de su orgánica relación yo codeterminación sería no comprender no comprehender- la unidad de la filosofía y del problema antropológico; confundir la realidad con su método de análisis.

Concretado o visto la particular perspectiva de la ética, el problema o crisis de la fundamentación, que es el de la razón, adopta el nombre de relativismo moral. Por fin tocamos la tierra concreta del problema central que queríamos afrontar. El relativismo, la creencia de que cualquier norma moral vale lo mismo que otra, es una posición o un estado de espíritu no sólo fáctico, práctico, social, sino el gran problema teórico de fondo en los debates filosóficos actuales. Pero sospecho y sugiero que si es un problema social, que podemos diariamente detectar en nuestras aulas, en alguna medida se debe precisamente a la falta de clarificación, ilustración, posicionamiento crítico teórico sobre la cuestión. Otras causas pueden llevar, seguramente llevan a ello, pero sin el concurso de la detectable ausencia de un dique teórico al relativismo éste no sería prácticamente tan efectivo.

El problema puede formularse como se ha formulado ya clásicamente en Sócrates, en Kant: ¿es posible un saber moral, es decir, cabe objetividad posibilidad de acuerdo intersubjetivo, si se quiere plantear en los términos de Habermas, que asume el giro lingüístico de la epistemología- en asuntos morales; cabe, por tanto, defender alguna doctrina moral... es posible la ética? La que sigue es mi esquemática propuesta o respuesta.

a) La contestación actual a la posibilidad de fundamentar racionalmente la moral (la posibilidad de la ética como filosofía moral) tiene una envergadura, de nuevo, clásica y radical: no es el enfrentamiento entre una-s determinada-s moral y otra-s, sino la de si es posible en general una ética. Mas precisamente, no cabe hablar de mero escepticismo respecto a cuál sea esa fundamentación y, consiguientemente, la moral o ética material proponible (de suyo, escepticismo significa etimológicamente estar a la búsqueda, y en ese sentido más lo fue un Hume que todas sus generaciones de epígonos), sino, más radicalmente aún, como hemos dicho arriba, de relativismo. Y éste no consiste meramente bien en conciencia de la relatividad de algunas de nuestras propuestas (es decir, su alcance determinado, preciso, limitado, circunscrito, condicionado a un contexto) o de la falibilidad y revisabilidad de nuestras certezas (es decir, conciencia lúcida o crítica de la diferencia entre certeza y verdad), sino precisamente lo antedicho: cuestionamiento radical de la fundamentabilidad de una moral en general. El relativismo corta de raíz cualquier investigación sobre la verdad, el saber, la validez, la bondad, pero, con ello mismo, cualquier posible revisión o corrección de su propia posición, de su peculiar creencia o certeza.

Es preciso, en el más amplio vigoroso sentido de la expresión, volver a afrontar y dar cumplida répluica al relativismo, cuyas disolventes consecuencias no vamos a analizar aquí. Y la crítica radical con que racionalmente cabe descalificarlo es la de denunciar su falta de autofundamentación y, por tanto, su falta de derecho teórico a valer como, incongruentemente, pretende valer de hecho mediante la apariencia de declarar derogada la pretensión de valer o de los valores. El argumento es sencillo y clásico, y ya ha sido aludido al principio: el relativismo es (ingenuamente o maliciosamente, según los casos o los grados) inconsciente de la contradicción en que incurre cuando se afirma: se pretende verdadero al tiempo mismo en que declara nula la cuestión de la verdad (en la dimensión ética, del bien o el valor). Tal posición es puro positivismo, el cual, como con genial simplicidad ha definido Habermas al comienzo mismo de su Conocimiento e interés, es "ausencia de reflexión". Inconciencia irreflexiva nada menos, hemos dicho, que de su autocontradicción. Implícitamente pone en juego o entra en el juego de la verdad, la razón, el criterio, el valor, pero su juego consiste en negarlo y se salta las reglas: ¿juego sucio? Al menos jugada oscura, juego ilícito.

b) No obstante, al invocar argumentativamente la "·contradicción", hemos puesto en juego el valor criteriológico fundamental, el valor de la razón. Y la versión más fuerte y radical del relativismo es la negación explícita de la razón misma como criterio. Es decir, dialéctica, retórica, polémicamente podemos encontrarnos y nos encontramos a veces, en nosotros mismos, en uno mismo incluso, esta modalidad de respuesta. Pero cabe una doble réplica: la primera consiste sencillamente en reiterar en esta nueva coyuntura nuestro mismo argumento anterior, mostrando su pertinencia, relevancia y eficacia bajo este nuevo formato verbal: ¿no constituye una contradicción inconsciente usar la razón para negar la razón? Y ¿no se revela aquí mismo que el criterio de la no-contradicción , principio básico y esencial (consistencial, diría con Ortega)tiene un alcance tan fundamental que, aunque queramos, no podemos prescindir de él, por lo que es literalmente abs-urdo (fuera de orden, de juego) pretender negarlo? El principio de no-contradicción, la razón como criterio rector de nuestra vida es trascendental: innegociable: lo afirmamos en el mismo acto de (pretender) negarlo.

El segundo argumento tomaría aún más o de nuevo en serio la posición relativista. Pues el mismo Kant, defensor moderno de la trascendentalidad del principio racional de no-contradicción, no entendía lo trascendental en un sentido ontológico absoluto, meta-físico, sino que aplicaba el alcance de la validez de la razón y sus principios constituyentes al ámbito del fenómeno, dejando fuera problemática la de la "cosa en sí". Para Kant lo racional es real, ciertamente, pero eso no implica necesariamente que (todo lo) real sea racional, tesis que tuvo que reivindicar Hegel, recuperando modernamente el alcance metafísico absoluto de las condiciones trascendentales del conocimiento o/y el lenguaje, la convicción realista de la filosofía griega y el sentido común. Pero esto significa que cabe plantearse si no habrá instancias fundamentales, en la dirección de nuestra vida, que no sean racionales ni de hecho ni por principio: como concibió un Schopenhauer, por ejemplo. ¿No podemos entonces reconocer o advertir con quizá aún mayor lucidez que la razón no es ni por tanto debe ser el común, universal, necesario criterio y juez de la vida humana? Un apunte de respuesta, que no puedo desarrollar aquí por problemas de extensión: aun para caer en esta advertencia hemos necesitado la razón. ¿Podemos tan fácil y alegremente aligerante, frívolamente- confundir e identificar como igualmente irracional lo que encontráramos más allá de la razón pero con la razón con lo que desechábamos antes con ella; es igual lo antirracional que lo "postracional"; podremos distinguirlos prescindiendo de la razón? Salvador Pániker, en su Aproximación al origen, sostiene que el salto a lo que llama genuinamente "místico" (lo suprarracional ya encontrado y reconocido por Platón, Plotino y una larga tradición que llega hasta Wittgenstein) sólo es posible pasando por y desde la crítica, el discernimiento racional; la mística es postcrítica. En realidad, es una reedición de la filosofía de Kant, que justificó el salto a un determinado tipo de fe desde de la razón, y una razón que debería seguir manteniéndose alerta y vigilante para no caer, como diría Hegel, en la noche oscura de la ignorancia en que todos los gatos son pardos. La reflexión trascendental, pues, antigua y moderna, es nuestra guía.

4. Es posible y necesaria, en general, la fundamentación de la moral. Pero, más allá de esta averiguación re-flexiva que nada menos pero nada más que nos asegura el sentido y la justificación de la ética; más allá, además, de esa preciosa averiguación kantiana del "imperativo categórico" como "principio fundamental [racional puro, a prior, objetivo intersubjetivament válido-, epistémico] de la moralidad", ¿no es posible o tiene sentido averiguar el contenido normativo de una ética material o de la dimensión material de la moral? Se trata del problema de si la "antropología pragmática", como la llamaba Kant, es susceptible de cientificidad u objetividad; el problema de si cabe discernir o y ponerse de acuerdo sobre cuál sea la "naturaleza humana"? En esta cuestión los mismos actuales neokantianos, siguiendo a Kant, están de acuerdo en que no cabe acuerdo. No se cree posible fundamentar una doctrina sobre la naturaleza humana que nos oriente sobre los valores a perseguir para realizar una vida buena. Pero la necesidad de una tal averiguación se hace igualmente notal. El problema es nuevamente de fundamentación sobre valores concretos, normas materiales. En este punto, mi propuesta comienza por una crítica a la posición kantiana en este punto. Para empezar, recordar que ser crítico con es asumir esoclásticamente determinada doctrina, por ejemplo y paradigmáticamente la doctrina filosófica kantiana. Ser crítico, como el mismo Kant nos enseña con su ilustrada propuesta del "sapere aude", es usar la razón, preservándonos vigilantes de los dos extremos de la "razón perezosa", igualmente desesperados por debilidad y pereza: el dogmatismo que se aferra a una doctrina incluso sin comprenderla (sin usar la razón) y el escepticismo que deja el juego de la búsqueda de la verdad. Esquemáticamente:

a) La crítica kantiana a la falta de objetividad de las éticas materiales por el hecho, entre otras razones que ahora no podemos examinar o criticar, de no haber coincidencia o acuerdo efectivo entre los moralista sobre cuál sea el fin, bien o valor concreta que perseguir en la praxis o acción humana incurre en una confusión, la misma que encontramos en el neopositivismo lógico por ejemplo, entre verdad y verificación (es decir, reconocimiento y por tanto acuerdo). Cuestión hermenéutica que se plantea inmediatamente: ¿cómo es posible que un autor que había criticado con genial perspicacia a Hume la confusión entre legalidad en general , postulado necesario de la razón por su carácter trascendental, y leyes particulares que pueden ser contingentemente descubiertas y corregidas- incurra, en el campo de la moral, en una confusión semejante a la que criticaba? Porque, de nuevo y dicho de otro modo, ¿no es confundir el ordo cognoscendi con el ordo essendi el descalificar la objetividad de una ética material por el hecho de que haya disenso o se precise una evolución moral, como es la tesis de Piaget y Kohlberg- en su reconocimiento? Creo que la respuesta no es demasiado difícil o, sobre todo, increíble: en Kant prima el elemento racionalista, deductivista, cartesiano, a la hora de concebir su ideal de ciencia: aunque en la Crítica de la razón pura se limite a fundamentar el aparato categorial, en varias obrar posteriores que se ocupan de su significativo- "metafísica de la naturaleza" anda tras la posibilidad de fundamentar deductivistamente y a priori las leyes particulares de la ciencia newtoniana (así, hasta el Opus postumum). El desarrollo posterior de la filosofía de la ciencia ha puntualizado la verdad que él mismo se encargó de asentar en su primera obra crítica: el probabilismo, perfectamente compatible con la racionalidad de la ciencia y la noción de verdad.

b) Hay, por cierto, una propuesta de antropología, concebida explícitamente como ética, en un autor contemporáneo injustamente ponderado en el valor de su contribución filosófica, precisamente debido, a mi juicio, al prejuicio racionalista y el escolasticismo kantiano (relativo: habría que delimitarlo, naturalmente) de los actuales defensores de la racionalidad de la ética. Me refiero a Erich Fromm y su obra central Ética y Psicoanálisis, por ejemplo. Ahí encontramos una propuesta de antropología o ética material que ofrece un criterio de salud en el "amor" como concepto objetivo, "científico" y no como poética aspiración de irreconocibles credenciales ante la razón- y, consiguientemente, un criterio de patología, individual y social, que hace "entrar en razón" y ciencia la praxis de la educación y el juicio y la crítica morales. Con esta alusión, que es una invitación y que no puede desarrollarse aquí, termino mi propuesta y, ojalá, empieza lo que pretendía: una diálogo y una discusión que nos permita subirnos al tren de la verdad racional, para que la razón nos lleve a todos.


1 Ponencia presentada en el curso sobre "Situación curricular y didáctica de la filosofía en el Bachillerato", organizado por el Centro de Profesorado de Jaén en el marco del Plan Anual de Formación Permanente del Profesorado y celebrado en Baeza del 8 al 11 de junio de 1998.

2 * Doctor en Filosofía. Profesor del I.E.S. Sierra Sur de Valdepeñas de Jaén. Tesorero de la Asociación Andaluza de Filosofía y co-director de su revista ALFA.
 


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